Discurso pronunciado por el Teniente General Perón en la
Confederación General del Trabajo, el 30 de julio de 1973.
Desde que esta
casa se fundó, yo he tenido siempre el privilegio de llegar a ella una vez por
semana, de tarde, para conversar con los compañeros trabajadores que
circunstancialmente se encontraban en la Capital, si eran del interior, o con
los que normalmente estaban aquí, a cargo de los puestos directivos de la
organización sindical.
Podría decir hoy
que retomamos nuevamente esa vieja costumbre de que yo tenga el honor y el
placer -una vez por semana, por lo menos- de conversar directamente con los
trabajadores y de hacerles conocer las ideas y directivas fundamentales que
nuestro Movimiento, especialmente al servicio de la clase obrera, está
realizando en la medida de las posibilidades.
Ya en 1946
nosotros tomamos una situación que, si bien no era tan desfavorable como la de
hoy, no era desde ningún punto de vista desfavorable. La pusimos al día y,
durante nueve años, la hicimos funcionar en beneficio del pueblo argentino y de
la dignificación de sus trabajadores, que era uno de los objetivos
fundamentales.
Hoy yo quisiera
tratar un tema que es especialmente importante por el momento que vivimos. Y es
esa aparente controversia que parece haber producido en algunos sectores del
peronismo; la lucha que, aparentemente, ha sido planteada como acusación a una
burocracia sindical, por un lado, y a los troskos, por el otro.
Indudablemente,
en movimientos como el peronista, de una amplitud tan grande y de un proceso
cuantitativo tan numeroso, tiene que haber de todo en lo que a ideologías se
refiere.
Yo siempre he
manejado el movimiento peronista con la mayor tolerancia en ese sentido, porque
creo que los que se afilian y viven dentro de un movimiento multitudinario como
lo es el peronista, deben tener absoluta libertad para pensar, para sentir y
para obrar en beneficio de ese mismo movimiento.
Es indudable que
en todos los movimientos revolucionarios existen tres clases de enfoques: de un
lado, el de los apresurados, que creen que todo anda despacio, que no se hace
nada, porque no se rompen cosas ni se mata gente. Otro sector está formado por
los retardatarios, esos que no quieren que se haga nada, y entonces hacen todo
lo posible para que esa revolución no se realice. Entre estos dos extremos
perniciosos existe un enfoque que es el del equilibrio y que conforma la acción
de una política; no ir más allá ni quedarse más acá, pero hacer lo posible en
beneficio de las masas, que son las que más merecen y por las que debemos
trabajar todos los argentinos.
Es probable que
la revolución sea tan vieja como el mundo, porque el mundo nunca ha sido
estático, sino que ha estado siempre en evolución permanente, y las
revoluciones siempre son parte de esa evolución.
Quizá los
inventores de la revolución organizada hayan sido los griegos, que nos legaron
la demos griega y la revolución de Platón. Ellos, quizá, fueron los inventores
de la revolución organizada; pero la Grecia de ese tiempo, antes de lanzar la
revolución, colocó en el frontispicio de todas sus universidades una frase que
indica lo que la revolución debe ser. Decía esa frase: "Todo en su medida
y armoniosamente". Eso es la revolución: los cambios realizados en su
medida y armoniosamente, para que no llegue a resultar que el remedio sea peor
que la enfermedad.
Cuando se habla de
revolución, algunos creen que se hace a fuerza de bombas y de balazos.
Revolución, en su verdadera acepción; son los cambios estructurales necesarios
que se practican para ponerse de acuerdo con la evolución de la humanidad, que
es la que rige todos los cambios que han de realizarse.
El hombre cree a
menudo que él es el que produce la evolución. En esto, como en muchas otras
cosas, el hombre es un poco angelito. Porque es la evolución la que él tiene
que aceptar y a la cual debe adaptarse. En consecuencia, la revolución por los
cambios del sistema periférico, que es lo único que el hombre puede hacer, es
para ponerse de acuerdo con esa evolución que él no domina, que es obra de la
naturaleza y del fatalismo histórico. Él es solamente un agente que crea un
sistema para servir a esa evolución y colocarse dentro de ella.
Quiere decir que
la revolución de que nosotros hablamos no es una causa, sino un efecto de esa
evolución, que nosotros debemos poner al día a través de sistemas.
Por eso,
contemplando sintéticamente la historia, vemos que al Medioevo corresponde un
sistema feudal. El Medioevo es un producto de la evolución de la humanidad, que
no dominamos nosotros. El sistema feudal es lo que el hombre crea para poder
andar dentro de ese sistema.
Después del
Medioevo viene la etapa nacionalista; es decir, la formación de las
nacionalidades. Y allí nacen el sistema demoliberal-capitalista y el sistema
comunista; porque los dos nacen en el siglo XVIII y se desarrollan en ese siglo
y en parte del XIX. Uno es el capitalismo individualista, y el otro es el
capitalismo de Estado. En el fondo, son dos sistemas capitalistas.
Ahora bien, esos
sistemas han servido para el siglo XIX y principios del XX; hoy ya están
perimidos los dos... No uno solo: los dos. Y voy a decir por qué están
perimidos, por qué han sido superados ya por la evolución.
El sistema
demoliberal-capitalista está perimido, porque fue creado para servir a la etapa
de las nacionalidades, que hoy también está terminando, para dar nacimiento a
la etapa del continentalismo. Hoy los hombres ya se están agrupando por
continentes y no por naciones, y aquel sistema fue creado para eso.
No podemos negar
que en los dos siglos en que ese sistema actuó, la ciencia y la técnica
avanzaron más que en los diez siglos precedentes. Pero tampoco podemos negar
que todo ese inmenso progreso fue realizado sobre el esfuerzo, el sacrificio,
el dolor y la miseria de los pueblos del mundo.
Pero esos mismos
sistemas pusieron al alcance del hombre los medios técnicos y científicos que
esclarecieron a los pueblos; porque hoy, un hombre que vive allá en la montaña
y baja una vez por año, está todo el día con el transistor en la oreja, que le
está diciendo lo que pasa en ese momento en el mundo entero. Los pueblos se han
esclarecido y ya no quieren sacrificarse; y si se los somete al sacrificio, se rebelan.
Aceptan un esfuerzo mancomunado, un esfuerzo realizado por todos en bien de la
colectividad y de cada uno, dentro de un régimen de acuerdo y no de presiones.
Ése es el sistema
que corresponde a nuestros días y el que se está imponiendo en el mundo; vale
decir, una democracia integrada, donde cada uno hace su vida con toda amplitud
y toda libertad, pero luchando para que la comunidad se realice y haciendo
posible que, en esa comunidad realizada, cada uno pueda, de acuerdo con sus
condiciones y según sus esfuerzos, realizarse a sí mismo.
Éste es el paso
que el mundo está dando hacia el continentalismo. Es sobre esa base como los
pueblos se están poniendo de acuerdo por continentes y realizando esta etapa de
evolución de la humanidad en orden y con cierta tranquilidad.
Por esa razón es
que el antiguo sistema demoliberal-capitalista ha muerto. Hay algunos que
todavía lo defienden, y yo he encontrado tontos que suspiran por lo que pasaba
en el Medioevi. De manera que no debemos admirarnos que haya quien suspire por
el demoliberalismo-capitalista, hoy totalmente superado por la evolución.
En cuanto al
comunismo, ocurre lo mismo. El comunismo cometió un gravísimo error..., es
decir, el marxismo. El marxismo se crea en la época de las nacionalidades; pero
es el propugnador de un internacionalismo dogmático que corresponderá a la
etapa del universalismo, cuando el mundo entero, merced al impulso de la
evolución, tenga que unirse y organizarse en conjunto para poder subsistir, o
de lo contrario lanzar la bomba atómica para suprimir la mitad de la humanidad.
Porque el problema de la superpoblación y de la falta de materia prima, que ya
estamos notando, creará problemas sin solución para la humanidad del futuro.
El comunismo, en
el siglo XVIII y en el siglo XIX, cuando comienza a promoverse, está ya
pensando en ese universalismo. Es un apresurado; el otro, la burguesía, una
retardataria: tienen los dos que fracasar. Y así han fracasado. Y ustedes ven
en esto que las desgracias suelen unir.
Hemos visto que al terminar la segunda guerra
mundial se produce la conferencia de Yalta, donde la burguesía y el comunismo
se ponen de acuerdo. Viene después Postdam, donde se hacen los tratados que
permiten que poco después Santo Domingo sea ocupada por cuarenta mil marines
del imperialismo yanqui. Con el okey de los yanquis, pero también con el okey
de los rusos.
Poco después,
Checoslovaquia es ocupada por las fuerzas del Pacto de Varsovia, con el okey de
los rusos, pero también con el okey de los yanquis. Si ellos no están de
acuerdo, bueno, lo disimulan muy bien.
Hace pocos días,
Brezhnev hizo una visita de amistad al presidente Nixon, por primera vez desde
la guerra mundial. Es decir que son hechos que están demostrando el acuerdo,
que no critico, porque creo que es constructivo que se pongan de acuerdo, pero
más constructivo es que nosotros formemos un tercer mundo.
Y digo esto,
compañeros, porque indudablemente la evolución de la humanidad se acelera cada
día más. El Medioevo, en la época de las nacionalidades, va durando dos siglos,
pero ya es la época del automóvil. El continentalismo quién sabe si durará 25 o
30 años, en la época del jet, en que se anda a mil kilómetros por hora y en que
se va a llegar a superar la velocidad del sonido. Porque la evolución marcha con la velocidad de los
medios que la impulsan. Estaremos llegando ya al universalismo.
Conversaba con
uno de los dirigentes diplomáticos que actuaron en el Congreso de Estocolmo,
que se reunió para la defensa ecológica de la Tierra; porque el hombre ha
comenzado a pensar que está despilfarrando los medios naturales que no son
infinitos, desgraciadamente, y que un día va a llegar en que se va a quedar sin
tierra, sin agua y sin aire, y entonces sí que la va a pasar canuta, como dicen
los gallegos. Indudablemente, este proceso el hombre ha comenzado a verlo. Y yo
conversaba con ese señor, un hombre de gran ilustración, de gran capacidad y
sobre todo de grandes conocimientos. Le preguntaba qué sacaron en limpio de esa
reunión, y me contestó: "Extraordinario. En primer lugar, allí no se habló
de los países, se habló de la Tierra. Segundo, nos dimos cuenta de que el mundo
marcha hacia la universalización o hacia la hecatombe: segunda enseñanza. Y
tercera, nos dimos cuenta de lo estúpidos que han sido los hombres, que durante
siglos han muerto por millones, defendiendo unas fronteras que sólo estaban en
su imaginación".
Frente a este
imperativo de la evolución, nosotros debemos pensar que quizás antes del año
2000, en que se doblará la actual población en la Tierra y disminuirá a la
mitad la materia prima disponible para seguir viviendo, se va a tener que
producir, indefectiblemente, la integración universal. Es decir que los hombres
deberán ponerse de acuerdo en la defensa total de la Tierra y en su utilización
como hermanos y no como enemigos unos de otros.
Además de eso,
será necesario llegar a la solución del problema de la superpoblación. En la
Tierra ya ha habido superpoblación; eso se ha producido en algunas regiones, ya
que obedece no sólo al número de habitantes, sino a la desproporción entre el
número de habitantes y los medios de subsistencia.
Las soluciones
han sido siempre de dos naturalezas: una es la supresión biológica, es decir,
matar gente, de lo cual se encargan la guerra, las pestes y el hambre, que es
la enfermedad que más mata en la Tierra. La otra solución es el reordenamiento
geopolítico, que permite una mayor producción y una mejor distribución de los
medios de subsistencia.
Si el hombre, en
lo que resta hasta el año 2000 y comienzos del siglo XXI, no ha resuelto el
problema por la vía geopolítica, produciendo más y distribuyendo con mayor
justicia lo que el hombre necesita para subsistir, no quedará otro remedio que
lanzar en masa la bomba atómica, que también puede ser la solución si la
insensatez de los hombres no ha utilizado el camino constructivo y se ha
decidido por el destructivo.
Compañeros: éstas
son cosas tan claras que no es necesario ser científico ni estar muy bien
informado para comprenderlas. Basta oírlas y conocerlas. Son cosas evidentes,
como es evidente la verdad que habla sin artificios.
Si ése es el
problema, la universalización de la Tierra será el mejor camino para la
solución geopolítica. Es decir, para resolver el problema con una mejor
producción, mejor organizada y mejor distribuida, tanto de la comida como de la
materia prima, que van a ser las dos necesidades prioritarias en ese futuro ya
casi inmediato.
Si eso ha de
hacerse, no se hará por sí solo, porque estas cosas solas no se pueden
realizar. Tendrán que ser realizadas por las grandes fuerzas que orientan y
manejan la transformación de la humanidad.
En este momento
serían: el imperialismo yanqui, o el imperialismo soviético, o un tercer mundo.
Si esa integración universal la realizara cualquiera de los imperialismos, la
haría en su provecho, y no en provecho de los demás. Solamente la conformación
de un tercer mundi podría ser una garantía para que la humanidad pudiese
disfrutar de un mundo mejor en el futuro. Pero para eso, ese tercer mundo tiene
que organizarse y fortalecerse.
Hace ya casi
treinta años, nosotros, desde aquí, lanzamos la famosa tercera posición, que
entonces cayó aparentemente en el vacío, porque ya había terminado la guerra
mundial y no estaba el horno para bollos. Se rieron de nosotros. Pero han
pasado veintisiete años desde entonces, y hoy las tres cuartas partes del mundo
pujan por estar en ese tercer mundo.
Éstos son,
compañeros, los grandes problemas. Los pequeños problemas políticos en los
cuales hemos estado empeñados hasta ahora los argentinos, frente a estas
asechanzas del futuro inmediato, ¿qué importancia pueden tener? Son asuntos
pequeños y gallináceos, diríamos así, que andan a ras del suelo. Es necesario
pensar ya en grande, para el mundo, dentro del cual nosotros realizaremos
nuestro destino o sucumbiremos en la misma adversidad en que sucumban los
demás.
Hoy es necesario
pensar de otra manera. Ya no se puede pensar con la pequeñez de los tiempos en
que todos querían disfrutar y ninguno quería comprometer su destino ni su
felicidad futura para asociarla a la de los demás. Hoy eso es indispensable,
porque en un mundo que no se realice, no habrá país que pueda hacerlo, y dentro
de esos países que no se realicen, no habrá individuos que puedan lograrlo.
Trabajar hoy por
la felicidad del hermano vecino es trabajar también por la felicidad de todos
los demás.
Pienso yo que
éste es el camino de nuestra revolución. Si nosotros entendemos eso, no habrá
otra revolución que pueda estar sobre los objetivos de la que nosotros
defendemos, integrándonos en el continente latinoamericano, que es el último
que va quedando por integrarse. Todos los demás lo han hecho. Europa se ha
integrado ya casi en una asociacion confederativa política para defenderse de
las asechanzas de ese futuro, que ellos ven con una tremenda claridad. Se está
integrando Asia, como se está integrando África. Y nosotros vamos resultando el
último orejón del tarro.
Ése es el empeño
que debemos poner, y en eso estamos. En 1948 realizamos un tratado de
complementación económica en Chile, buscando crear la comunidad económica
latinoamericana, que pusiera en paralelo nuestros intereses y uniera nuestros
países. Tuvimos mucho éxito inicialmente; casi todos los países
latinoamericanos, excepto los cipayos conocidos, se unieron y adhirieron a ese
tratado de complementación económica.
Fíjense que lo
hicimos en 1948, y en esto los apresurados fuimos nosotros, porque Europa lo
hace después, en 1958, en el Tratado de Roma, diez años después que nosotros. Y
ahora nosotros estamos veinte años más atrás que ellos.
Indudablemente,
nosotros caímos bajo la férula del imperialismo yanqui, que no permitió a estos
países unirse, y que ha estado luchando siempre por separarlos y enfrentarlos
entre sí, a fin de que esa unidad no se produzca.
¿Por qué lo han
hecho? Muy simplemente, porque ellos se están quedando sin materias primas y
están queriendo conservar como países satélites a aquellos que tengan las
grandes reservas de comida y materias primas para esa superpoblación que está
ya a 25 ó 30 años de distancia. Ellos querrán que después nosotros trabajemos
para darles a ellos de comer y para darles nuestra materia prima. ¿Por qué?
Porque los países superdesarrollados son los pobres del futuro, y los países
infradesarrollados serán los ricos del futuro, que tendrán la materia prima y
la comida suficiente.
Ahora bien, ésa
es nuestra esperanza, pero también es nuestro peligro, porque la historia
prueba que cuando los grandes y los fuertes han necesitado ambas cosas,
salieron a tomarlas donde estén, por las buenas o por las malas.
Por eso dije yo,
hace ya veinticinco años, que el año 2000 nos encontrará unidos o dominados, y
cada día que pasa se comprueba más esto.
Hace pocos días,
en Medio Oriente amenazaron a Estados Unidos con cerrarle el grifo del
petróleo. El petróleo que produce Medio Oriente es el 80 por ciento del
petróleo del mundo, de manera que si ellos cierran la canilla, la industria
norteamericana, que está toda montada sobre energía basada en petróleo, tendrá
un sacudón muy fuerte.
¿Cómo contestó
Estados Unidos? El Senado de Estados Unidos contestó que si eso hacian los
árabes, Estados Unidos ocuparía el Medio Oriente. Eso lo va a hacer; pero no
sólo con los árabes: ¡lo van a hacer con nosotros el día en que necesiten y no
tengan!
Compañeros: esto
nos está diciendo que lo que nosotros venimos sosteniendo desde hace treinta
años ha sido la verdad. Y por eso hemos vencido. Cuando nos apresuramos y
quisimos correr demasiado rápido, tuvimos una oposición que nos cerró el paso.
Pero la verdad seguía siendo permanente. Lo que ha triunfado no es el
peronismo, no es el justicialismo, no somos nosotros, y menos yo. Lo que ha
triunfado es la verdad, que es la que siempre triunfa.
Por eso pienso,
compañeros, que todos esos que se sienten revolucionarios y que quieren pelear
sin necesidad, es porque se sienten malos en vez de sentirse inteligentes.
Nosotros, los
justicialistas, ya hemos dado pruebas de que somos pacientes, de que somos
prudentes; que sostenemos la razón y la verdad, y que jamás hemos empleado la
violencia para imponernos. Nosotros hemos sufrido y soportado la violencia,
pero no la hemos ejercitado, porque somos contrarios a esos métodos. Porque el
que tiene la verdad no necesita la violencia, y el que tiene la violencia jamás
conseguirá la verdad.
Por eso, a toda
esa muchachada apresurada -a la que no critico porque esté apresurada, porque
Dios nos libre si los muchachos no estuvieran apresurados- hay que decirle como
le decían los griegos creadores de la revolución: "Todo en su medida y
armoniosamente". Así llegaremos. No llegaremos por la lucha violenta:
llegaremos por la acción racional e inteligente realizada en su medida y
armoniosamente.
Esto es lo que el
Movimiento Justicialista propugna y por lo cual venimos luchando desde hace
treinta años, en la esperanza de que los argentinos, aun aquellos que se
opusieron a nosotros, que nos difamaron, que nos persiguieron y escarnecieron
de todas maneras, hayan comprendido ya que eso, lejos de perjudicarnos, nos ha
beneficiado, porque así hemos podido demostrar que no es la soberbia la que
domina, sino la humildad la que gobierna.
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