domingo, 20 de noviembre de 2016

Un testimonio de un privilegiado de Perón y Eva


"Vivíamos en Villa Luro, en la calle Rafaela 4976. En una casa tipo “chorizo”, mi padres alquilaban una pieza y una cocina por la que pagaban $15 por mes. Adelante vivía el “encargado” con su familia. El baño, que era una letrina, lo compartían las dos familias. Yo le tenía miedo a ese agujero en el piso.
La época era brava. Con mis cinco años de edad observaba la desazón de mi padre y los lamentos de mi madre. Ni soñar con golosinas o helados. Mi madre cocinaba en un calentador “Primus” a querosén. Mi viejo era buen albañil, pero a veces estaba algunos días sin trabajo.
Un día, mi madre le escribió una carta a ésta señora y ella la citó. A la audiencia llegó mi madre conmigo de la mano. Cuando entramos al salón, me pareció imponente, recuerdo que había mucha gente. Tengo una imagen muy presente de las altas puertas barnizadas y de los ventanales grandes también barnizados. Luego de un rato entramos al despacho donde estaba ella. Tengo de esa mujer un recuerdo muy lejano, pero la vi alta y rubia. “¿Qué necesitas?” le preguntó a mi madre. “Un trabajo, Evita”. Creo que en seguida se solucionó todo. El empleo fue en Teléfonos del Estado, como mucama. Cuando salimos de su despacho un señor de traje y corbata se acercó y me preguntó: “Nene, ¿de qué cuadro sos?”, “De Vélez” respondí.
A las tres semanas llegó el cartero con una encomienda para mí. En ella venía la camisetita de Vélez, el pantaloncito, las medias y una pelota de cuero “con tiento”. ¡Era increíble que yo tuviera una pelota de cuero! Corría el año 1951. ¡Cómo nos cambió la vida! Un sueldo fijo en la familia, Obra Social, Colonia de Vacaciones para mí. En 1953 nació mi hermana María Cristina.
Mi madre trabajó 25 años en Teléfonos del Estado y se jubiló. Pero antes me hizo entrar a trabajar a mí. Mi hermana también trabajó unos años en la empresa, luego renunció y se fue a Australia. Yo estuve 34 años en Teléfonos del Estado, Entel y Telecom. Aún conservo el nombramiento de mi madre firmado por la señora.
Hace un mes, un domingo mi esposa Luisa programó con una amiga salir de paseo. “Vamos al Centro Cultural Kirchner, nos acompañas?” me preguntó. Medio a regañadientes le dije que sí. Recorrimos todos los pisos y sus respectivas salas. En una sala del primer piso había que hacer fila para entrar. Nos dijeron que era la sala de la Fundación Eva Perón. Formamos la fila y después de unos minutos, entramos. Apenas entré vi una canasta grande llena de pelotas de cuero “con tiento”. En ese momento mi vida retrocedió 64 años e instintivamente tomé entre mis manos una de esas pelotas. “Señor, no se puede tocar” dijo una señorita que cuidaba. Nublado por la emoción, solté la pelota como si me quemara en las manos. Y yo, guapo, varón, tanguero y viejo me puse a llorar como un niño delante de toda la gente."

Testimonio de Roberto Sar

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